Hubo un tiempo en que ser profesional en Cuba era símbolo de respeto, estabilidad y realización personal. Hoy, ese ideal se desvanece ante una realidad marcada por la precariedad y la desilusión.
Cuando Gladys escuchaba la palabra “maestra”, sentía que resumía su vocación y propósito de vida. Graduada en Español y Literatura por la Universidad “José Martí” en Camagüey, dedicó años de esfuerzo y entrega para enseñar. Sin embargo, el amor por su profesión no pudo resistir las carencias que se fueron acumulando con los años.
“El salario dejó de alcanzar para lo esencial”, comenta Gladys con resignación. “Tuve que escoger entre seguir con algo que amaba o buscar el sustento para mi familia”. Esa decisión, que enfrentan muchos en Cuba, marcó el inicio de su distanciamiento del aula. Hoy trabaja como manicurista, un oficio que le permite sobrevivir, aunque no suple el vacío emocional que dejó la docencia.
La historia de Gladys no es aislada. En un país donde la educación es gratuita y la formación profesional es alta, las oportunidades laborales dignas escasean. A septiembre de 2023, el Ministerio de Educación reconocía un déficit de más de 17.000 docentes, síntoma de una crisis estructural que afecta no solo a los profesionales, sino a todo el sistema educativo.
Con sueldos que apenas oscilan entre los 2.100 y 4.000 pesos (entre 10 y 50 dólares al mes), mientras el costo de vida supera los 30.000 pesos (80-100 USD), muchos abandonan sus vocaciones por empleos informales o en el turismo, la gastronomía y otros sectores que ofrecen mejores ingresos.
La educación no es el único sector afectado. Médicos, ingenieros, abogados y otros profesionales enfrentan las mismas limitaciones. Dianelis, una joven doctora de Las Tunas, relata cómo, a pesar de su sacrificio para formarse, las condiciones en su centro de trabajo eran insostenibles: falta de insumos, transporte y equipos básicos. “No podía ejercer mi vocación como debía”, cuenta. Hoy, lejos de su país, trabaja en Estados Unidos, donde dice haber recuperado su dignidad.
En Placetas, Villa Clara, Claudia, médica general y madre de dos hijos, vive una rutina agotadora entre el trabajo, las tareas del hogar y la crianza. Su salario, de entre 4.000 y 7.000 pesos, apenas le alcanza para cubrir los gastos escolares de sus hijos. “Ser mujer en Cuba es como tener dos empleos. Trabajas fuera y dentro de casa, y aun así no te alcanza”, afirma. Como ella, miles de mujeres enfrentan una doble carga y menos oportunidades de desarrollo profesional.
La situación ha impulsado a muchos a emigrar. Más de 300.000 cubanos abandonaron la isla en 2023, una cifra alarmante que incluye a miles de profesionales. Liliana, exprofesora, emigró a Surinam en busca de un futuro mejor. “Ganar 4.000 pesos en Cuba no me daba para vivir. Ahora trabajo como camarera y puedo ayudar a mi familia”, dice. Dianelis, por su parte, aunque no ejerce la medicina, vive en EE. UU. como mánager en una cadena de comida rápida: “Aquí vivo, allá solo sobrevivía”.
El éxodo se refleja también en cifras oficiales: en 2023, más de 43.000 trabajadores del sector salud abandonaron sus puestos, lo que evidencia el deterioro del sistema y la necesidad urgente de reformas estructurales.
Gladys, aún en Cuba, no descarta emigrar. “Es difícil pensar en dejar a mi familia, pero la frustración es enorme. Uno siente que su trabajo no vale nada”, dice. Su historia, como la de muchas otras personas, refleja un sistema que ha perdido la capacidad de sostener las aspiraciones de quienes lo construyen.
Ante este panorama, urge abrir espacios de diálogo y diseñar políticas públicas que garanticen salarios justos y condiciones laborales dignas, especialmente para las mujeres, quienes cargan con la mayor parte del peso social.
Gladys lo resume con una frase que resuena con fuerza: “No pedimos más que lo justo: vivir dignamente de lo que sabemos hacer. Pero mientras eso no sea posible, solo nos queda sobrevivir”.