Las recientes Consultas Políticas entre los gobiernos de Cuba y Rusia evidencian una creciente subordinación de la isla, reflejada en acuerdos energéticos y otros temas tratados con opacidad, que amenazan con comprometer aún más la soberanía cubana.
La celebración reciente de las Consultas Políticas Intercancillerías entre Cuba y Rusia, lideradas por el viceministro cubano Gerardo Peñalver Portal y su homólogo ruso Serguéi Ryabkov, ha puesto de manifiesto la profundidad de una relación que supera la diplomacia convencional para adentrarse en una subordinación ideológica, estratégica y una pérdida progresiva de la autonomía de la isla.
A primera vista, el comunicado emitido por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba podría parecer una declaración estándar sobre los vínculos bilaterales. Se destaca la «excelencia» de los lazos, el «interés común» y la cooperación «en múltiples esferas», además del tradicional agradecimiento a Rusia por su apoyo en la ONU.
Sin embargo, esta narrativa oficial oculta una realidad preocupante: la sumisión creciente del régimen cubano a las directrices del gobierno de Vladimir Putin.
Energía por lealtad: Un trueque desigual
Uno de los pilares de esta dependencia es el suministro energético. En diciembre de 2024, Rusia otorgó créditos y se comprometió a enviar combustible a Cuba como parte de un acuerdo para rehabilitar sectores industriales estratégicos en la isla.
Ante el colapso del sistema eléctrico cubano y la parálisis de la industria, esta ayuda parece esencial. No obstante, el costo de esta «solidaridad» rusa es político: una alineación incondicional con Moscú, incluso en cuestiones tan delicadas como la invasión de Ucrania.
Mientras el régimen cubano agradece la postura rusa contra el embargo estadounidense, se mantiene en silencio respecto a la agresión militar contra un país soberano, o incluso llega a justificarla, adoptando el discurso del Kremlin.
Este alineamiento no es nuevo: desde 2022, La Habana ha evitado condenar la invasión rusa y ha responsabilizado a la OTAN del conflicto, repitiendo la narrativa de Moscú.
Mercenarios y silencio oficial
Otro aspecto grave de esta relación es el escándalo relacionado con la presencia de jóvenes cubanos reclutados como mercenarios en la guerra de Ucrania.
A pesar de los intentos del régimen de distanciarse del asunto, atribuyéndolo a «una red ilegal», múltiples testimonios confirmaron que estos viajes fueron coordinados con autoridades cubanas y en colaboración con actores rusos.
La falta de condena explícita, la opacidad en las investigaciones y la tibieza de las medidas adoptadas evidencian el temor del régimen a enfrentarse a Moscú.
Una relación jerárquica, no bilateral
Los recientes encuentros bilaterales han abordado temas como asesoría y cooperación económica, inversiones y transformaciones en el modelo cubano.
En enero de 2023, delegaciones rusas ofrecieron «recetas» para adaptar el sistema económico cubano a un «socialismo de mercado controlado», un eufemismo que en realidad significa la creación de oligarquías sumisas y grupos clientelistas alineados con el poder del régimen, además de un mayor control estatal sobre la iniciativa privada.
Las empresas rusas están siendo invitadas a participar en sectores estratégicos, como energía, turismo y transporte, con beneficios especiales y sin garantías de transparencia.
No estamos ante una cooperación equitativa. Rusia ofrece su ayuda bajo condiciones claras: fidelidad política, respaldo diplomático y funcionalidad estratégica. Cuba, en este esquema, no es un socio soberano, sino un aliado subordinado que acepta estos términos.
Subordinación ideológica
El vínculo con Rusia no se limita a lo económico o energético. El régimen cubano ha adoptado el discurso ideológico de Moscú en foros internacionales, apoyando plataformas como los BRICS o el Grupo de Amigos en Defensa de la Carta de las Naciones Unidas, promovido por Rusia, China, Irán y otros regímenes autoritarios.
Esto aleja aún más a Cuba de las democracias liberales y refuerza su presencia en un bloque global que desafía el orden internacional basado en reglas.
De la Unión Soviética a la Rusia de Putin: una vieja dependencia
Esta relación desigual no es un fenómeno nuevo. Tiene sus raíces en los primeros años del régimen de Fidel Castro, cuando, tras declarar el carácter socialista de la revolución en 1961, Cuba selló una alianza con la Unión Soviética. Desde entonces, la isla se convirtió en un satélite estratégico del bloque comunista en el hemisferio occidental.
La famosa «tubería» soviética —la ayuda económica que fluía de Moscú a Cuba— sostuvo la economía cubana durante más de tres décadas.
Según estimaciones de la Agencia de Inteligencia de EE. UU. y académicos como Carmelo Mesa-Lago, la ayuda soviética superó los 65 mil millones de dólares, una cifra mayor que el Plan Marshall que reconstruyó Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de la desaparición de la URSS en 1991 y la retirada del apoyo directo, los lazos ideológicos nunca se rompieron. En los últimos años, Putin ha reactivado esa estrategia de penetración regional, y Cuba ha vuelto a ser un aliado fiel a los intereses geopolíticos del Kremlin.
Desde Venezuela hasta Nicaragua y Bolivia, Cuba ha servido de puente para la influencia rusa en América Latina, no solo por afinidad ideológica, sino por necesidad económica.
Un nuevo capítulo de la dependencia cubana
En este contexto, el comunicado de la Cancillería cubana no es inocente. Es una nueva representación de una alianza que, lejos de beneficiar a Cuba, profundiza su dependencia externa, compromete su soberanía y refuerza su aislamiento internacional.
En nombre de una lealtad heredada de la Guerra Fría, el régimen cubano se sujeta a un socio que impone su agenda sin concesiones, exigiendo, a cambio de ayuda, una fidelidad absoluta.